LA OBSESIÓN DE CADA NUEVO GOBIERNO POR CAMBIAR LA IMAGEN INSTITUCIONAL.
- Mario Mendez.
- 13 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr
En México es casi un ritual político que, en cada nueva administración gubernamental, específicamente el poder ejecutivo, tanto en los municipios, estados, así como la federación, renueven su branding institucional.
Ciertamente, desde el primer día en funciones quien resultó victorioso en las elecciones introduce logotipos, eslóganes, colores, frases e imágenes institucionales distintos a los empleados por su antecesor.
Sin embargo, eso que en principio pudiera parecer una búsqueda legítima de diferenciarse del gobierno anterior, en realidad supone dos problemas: una falta de identidad institucional, así como un despilfarro de recursos públicos sin sentido.
Para comenzar, debemos tener en cuenta que la identidad institucional, se entiende como el conjunto de características que definen a una organización, distinguiéndola de otras.
En ese mismo sentido, es oportuno tener presente que, aunque cada tres o seis años elegimos nuevos gobernantes, aquello de lo que se vuelven titulares es un ente ajeno a su persona: una institución que debe perdurar con el tiempo sin ser víctima de los vaivenes políticos.
Por ello, cambiar los símbolos que representan al gobierno con cada nueva administración no solo fragmenta su esencia, sino que genera confusión e incertidumbre entre los ciudadanos, quienes ven eso como una falta de estabilidad.
Esto equivale a imaginar que, con la llegada de un nuevo director a una empresa, se decidiera renovar su imagen por completo. No sucede, pues nadie confiaría en un negocio que, lejos de consolidar su prestigio e invertir en activos, opta por diluir su historia en aras de un supuesto cambio.
Un caso reciente que ilustra lo apuntado se encuentra en la ciudad de Celaya, donde, según la OEM, el cambio de imagen institucional para la administración 2024-2027 ascendió a la cantidad de $415,890.76.
Al respecto, cabe destacar que esos dineros reportados distan de lo que en realidad costó aquel capricho, porque no se están contabilizando, para comenzar, el valor que tenían los materiales previos que se desperdiciaron, el tiempo que les quedaba de vida, ni se tomaron en cuenta las horas de trabajo que empleados del municipio o terceros invirtieron en materializar esos cambios.
Ahora, como una prueba más de que es una mala práctica el rediseño institucional en cada nueva administración, tomando el mismo caso de Celaya, tenemos que, curiosamente, se optó por una paleta de colores similares a las del partido político que respaldó al presidente municipal.
Lo anterior, como se adelantaba, lamentablemente no es un caso aislado, sino un reflejo de un comportamiento común en la política mexicana, donde se prioriza el cambio cosmético frente a la estabilidad institucional.
En contraste, países desarrollados como los Estados Unidos de Norteamérica o Alemania, e instituciones internacionales de prestigio como la ONU, han optado por la continuidad de su imagen, un enfoque que no solo optimiza el uso de recursos públicos, sino que refuerza la confianza ciudadana, ofreciendo un modelo que México podría emular para superar esta obsesión por la renovación innecesaria.
Es verdad, basta con analizar el caso del país vecino del norte, donde, si miramos a sus instituciones, como el FBI o la CIA, no han variado su escudo desde el año 1940 y 1950, respectivamente. Lo mismo ocurre en Alemania con el águila federal —símbolo de Estado— que ha sido el mismo desde los cincuenta. Sin olvidar a la Organización de las Naciones Unidas, que ha mantenido intacto su ícono desde su creación en el año 1946.
Ahora bien, no debe confundirse esto con una crítica sin sentido; por el contrario, debe tomarse como un área de oportunidad para legislar al respecto, en donde las distintas fuerzas políticas, desde los distintos niveles de gobierno, logren un consenso para dos cosas:
Primero, la creación de una imagen institucional del poder ejecutivo con un diseño neutro, cuyos colores y elementos representen verdaderamente al municipio, estado y país que gobiernan, no con tintes partidarios o aficiones personales del gobernante en turno;
Segundo, emplear los mecanismos legales necesarios para garantizar la continuidad e inalterabilidad de los mismos.
Es momento de que México deje de lado los caprichos visuales y apueste por una identidad institucional que, al igual que en las naciones más estables del mundo, sea un reflejo de su historia y un pilar de confianza para sus ciudadanos.
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